En esta leyenda citada por Gusinde se pone de manifiesto la reprobación del incesto.
Para los selknam, toda la naturaleza que los rodeaba (animales de todo tipo, así como montañas, lagos, mar y hasta estrellas) había sido, en un remoto pasado, hombres y mujeres. Estos, llamados Jowin, fueron creados por Kenós, el enviado de Temaulken (el espíritu puro),y eran los ancestros del ser humano.
Los Jowin, aunque envejecían tenían el privilegio de no morir, siempre y cuando acudieran a Kenos que con su poder los rejuvenecía. Pero un día Kenos, decidió volver al cielo donde moraba el Creador y dejó encargado a Kuanip para que rejuveneciera a quien se lo solicitaba. El primero que se lo pidió fue justamente su hermano mayor, que ya era muy anciano. Desobedeciendo a Kenos, Kuanip, que era de carácter irascible, dejó morir a su hermano. Desde ese momento, los Jowin devinieron en seres mortales y cuando la muerte les sobrevenía, se iban convirtiendo en todas las cosas que forman la Naturaleza.
En un remoto pasado, hubo un hombre viudo que vivía junto a sus dos hijas y estas, a pesar de que ya eran adultas, seguían habitando la choza paterna pues eran solteras; el padre, pasado un prolongado tiempo desde la muerte de su esposa, anciano ya, comenzó a tener pensamientos incestuosos pues sus hijas eran muy bellas. Para no ser rechazado, ideó una estratagema y un día la puso en práctica. Dirigiéndose a ellas les dijo: —¡Hijas mías, yo estoy por morir pues soy muy anciano; cuando esto ocurra, quiero que me cubran con tierra y hojarasca pero con la cabeza descubierta mirando al cielo! Pero ustedes no quedarán solas pues conozco a un hombre que es muy parecido a mí; como las dos son hermosas, estoy seguro que se enamorará de ustedes y las tomará como sus mujeres y así estarán protegidas; cuando yo muera, deben irse de este lugar y caminar hacia el norte donde se encontrarán con ese hombre.
A los pocos días de haberles dicho esto, simuló estar muerto; sus hijas, obviamente muy tristes, hicieron lo que el padre les había indicado: se pintaron la raya negra en el pecho en señal de luto para luego alejarse de lugar rumbo al norte.
El anciano, no bien las jóvenes se marcharon, se incorporó rápidamente y corrió hacia el mismo lugar pero dando un gran rodeo entre el bosque; cuando calculó que las había sobrepasado largamente, salió al sendero y se encontraron de frente. Las jóvenes lo vieron acercarse y a cierta distancia la mayor dijo a su hermana: —¡Ese debe ser el hombre, pues se parece mucho a nuestro padre!. La menor, más desconfiada, respondió: —¡Pues, a mí me parece que es nuestro padre!.
Cuando estuvieron frente a frente, y como ellas tenían los ojos llorosos, el hombre les preguntó a qué se debía el llanto y ellas le contaron sobre la muerte de su padre.
—¡Calmen su dolor y no se preocupen que yo las cuidaré! ¡Ahora mismo las llevaré a mi casa y las haré mis mujeres!
Ya dentro de la choza, él comenzó a hacerles caricias, cosa que a ellas les gustó, y copularon los tres; luego quedaron dormidos y al despertar estaban convertidos en guanacos. Por esto, en la actualidad el guanaco padre sirve a sus jóvenes hijas.
(Fuente: Los indios de Tierra del Fuego, Tomo I, Volumen II, de M. Gusinde)
Por Carlos Augusto Garrido